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Desierto del Sahara

Héctor Farrés

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Cuando África se vistió de verde, el centro del Sahara dejó de ser un páramo para convertirse en un hervidero de vida. No fue un espejismo ni un verano más largo de lo habitual, sino un verdadero cambio de rumbo que transformó la región en un lugar donde pastar, pescar o simplemente quedarse a vivir parecía una buena idea.

En esa versión antigua y húmeda del desierto, hubo quien optó por no moverse. Literalmente. Y ahí empieza una historia enterrada durante miles de años, protegida por la arena y rescatada por el ADN.

Cuando el desierto fue un buen sitio para quedarse a vivir

En pleno sur de Libia, en el refugio rocoso de Takarkori, aparecieron los restos momificados de dos personas que vivieron hace unos 7.000 años, justo en el apogeo de lo que se conoce como el Período Húmedo Africano. Lo relevante no está solo en su antigüedad, ni en lo bien conservados que están sus cuerpos, sino en lo que cuentan sus genes.

Un equipo internacional, con participación del Instituto Max Planck y la Universidad de Florencia, descubrió que estos individuos pertenecían a un linaje genético del norte de África que había permanecido aislado durante decenas de milenios.

Ese linaje se separó de las poblaciones del África subsahariana en la misma época en que los primeros humanos modernos salieron del continente hacia Eurasia, hace unos 50.000 años. Lo curioso es que mientras otros emprendieron viaje, quienes dieron origen a los habitantes de Takarkori decidieron quedarse. Su aislamiento fue tan duradero que ni siquiera durante los siglos en que el Sahara se volvió verde llegaron a mezclarse con poblaciones vecinas del sur.

En palabras del director del Instituto Max Planck, Johannes Krause, este hallazgo pone sobre la mesa que “las poblaciones tempranas del norte de África, pese a su aislamiento, recibieron pequeñas contribuciones genéticas de grupos que migraban desde fuera del continente”.

Y ese matiz es importante, porque el análisis genómico reveló algo más: aunque apenas es perceptible, los cuerpos contenían una pequeña cantidad de ADN neandertal. Diez veces menos que la de cualquier población humana fuera de África, pero aún así superior a la de los africanos subsaharianos actuales. El detalle sugiere contactos muy esporádicos con grupos externos, aunque en ningún caso se trató de un intercambio genético intenso o constante.

Genes que hablan de un linaje aislado y cabezota

Hasta hace poco, se daba por hecho que el Sahara Verde funcionó como un puente entre el norte y el sur del continente. Esta teoría queda en entredicho. Lo que indican los nuevos datos es justo lo contrario: esa región actuó como un compartimento estanco. A pesar de que las condiciones ecológicas permitían desplazamientos, los intercambios fueron mínimos.

Tal como indica la investigadora Nada Salem, autora principal del estudio, este descubrimiento cuestiona “las interpretaciones anteriores sobre la historia poblacional de África del Norte” y refuerza la existencia de un linaje fuertemente aislado.

Un aislamiento que, sin embargo, no impidió que se produjera innovación cultural. En Takarkori ya se practicaba el pastoreo, aunque no por influencia de migraciones masivas. La difusión de esta actividad parece haber sido cultural, no demográfica.

Es decir, las prácticas se compartieron entre grupos vecinos, pero sin necesidad de que llegaran pueblos enteros desde otras regiones. Esta idea gana fuerza al no detectarse señales genéticas de comunidades ganaderas del Cuerno de África o del Levante, que ya dominaban la domesticación en esa época.

El análisis del ADN también permite establecer conexiones con otro yacimiento importante: Taforalt, en Marruecos. Allí se encontraron restos humanos de hace unos 15.000 años cuya genética comparte una proporción importante —casi un 40%— con el linaje de Takarkori. Esto indica que la presencia de este grupo no fue puntual, sino que estuvo extendida por gran parte del norte de África durante milenios.

Un pasado que aún se esconde bajo capas de arena y olvido

Durante más de 40.000 años, ese linaje permaneció invisible a la ciencia, oculto en algún rincón aún no identificado del continente. Se intuye que habitó zonas del Magreb, oasis ahora desaparecidos o áreas aún sin explorar. Mientras no se amplíe el mapa genético africano, la historia de este grupo seguirá incompleta.

Pero lo que ya ha salido a la luz basta para desmontar algunas ideas viejas sobre el pasado humano y recordar que incluso en medio de una sabana que hoy es puro desierto, hubo quienes decidieron echar raíces.

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